Mire usted, yo no soy una mala persona. Yo me dedico a mis cosas, la tienda, y ya ve usted, no
es muy grande y mis hijos, que antes estaban aquí conmigo, pero la juventud, ya lo sabe usted.
La juventud tira para otras cosas, pasan de la tienda, como ellos dicen. ¿Usted tiene hijos? Dios
se los conserve. Mientras sean pequeños no le darán más que alegrías, pero en cuanto se hacen
mayores la cosa cambia, se lo digo porque lo sé, sí señor. Mire, mi Arturo, con veinte años, aún
no ha hecho nada. Empezó comercio y luego dijo de hacer Filosofía, no sé si la empezó, y ahora
va diciendo que lo suyo es el teatro. ¡El teatro, fíjese usted! Pero para qué cansarle. Usted va a
lo suyo, a su trabajo y yo al mío. No, no señor, no voy a cerrar la tienda. ¿Para qué? No es que
no pueda, es que no quiero. Aquí no ha pasado nada.
¿Cómo dice usted, señor inspector? Bueno, Arturo y Carmina, sí señor. Carmina está con su
madre, sí señor, y viene menos por aquí. Antes, como ya le he dicho, venían más. Claro, también
estaba su madre. Trabajábamos Carmina y yo y los niños ayudaban. Esas cosas, liar paquetes,
llevar recados, nada. Para mí que la juventud tiene que saber lo que es la vida. ¿Cómo dice? No
señor, yo solo. Llevo ya muchos años yo solo en la tienda. Da para vivir pero nada más. Si le
pregunta a mi mujer le dirá mentiras. Le dirá que soy rico. Pero es mentira, no señor. Y ella lo
sabe porque ha estado aquí conmigo toda la vida. O sea desde que nos casamos, hace... hace
más de veinte años. ¡Si no lo sabrá ella, señor inspector!
Yo no soy violento. Yo soy normal, ya se lo he dicho. Soy un español decente, normal, que
se mata a trabajar y paga sus impuestos. Y si no puedo defenderme pues usted me dirá.
¿Cómo dice? Oiga, yo no quiero hablar de política. Yo la única política que entiendo es la
del trabajo. ¿Sabe usted a qué hora salgo yo de la tienda? No lo sabe, claro, no lo sabe. Pues
salgo a las diez de la noche. Bueno, mejor dicho, echo el cierre a las diez y me quedo con la luz
encendida haciendo el balance, porque yo hago el balance diario. En cualquier momento, sé lo
que falta, lo que tengo que comprar... Si la política de este país se llevara como mi tienda... Pero,
bueno, no quiero hablar de política.
Sí señor, se lo cuento, los maté porque les miré a los ojos. Esa cara descarada, chulesca, del
que no trabaja, el pelo largo y sucio... y la chica, para qué hablar de la chica. Una... una
cualquiera. Se cruzó de brazos y me llamó viejo de mierda. Eso es, apunte, viejo de mierda.
No, no estoy haciendo un lío, lo que pasa es que no hablo mucho con la gente y menos con
la policía... disculpe, le cuento, sí señor. Entraron como a las nueve y media. Yo, nada más
verlos, sospeché. Algunas veces vienen jóvenes a comprar saladitos, galletitas, cosas, refrescos,
patatas... para los guateques, ¿sabe usted? Bueno, nada más verlos supe que no venían a ningún
guateque. El chico fue el que sacó la pistola y me la puso en la garganta. Me quedé sin habla. Yo
creo que estaba más nervioso que yo, temblaba y sudaba.
"El dinero, venga, el dinero" me dijo. Y la chica dijo eso de viejo de mierda. Pero fue al
mirarle a los ojos. Yo he estado en la guerra ¿sabe? Sé los ojos que tienen los que te quieren
matar y ese chico me quería matar. Yo tengo licencia de armas, sí señor, aquí la tiene y aquí está
la Mágnum 357. ¿Qué? Pues nada, que me gusta, ¿a usted no? Es un arma preciosa, segura, ella
me ha salvado la vida. Con licencia yo puedo tener lo que quiera. No se enfade, sigo.
Bueno, pues eso. ¿Por dónde iba?... ¡Ah, sí! Pues que veo que me pone en la garganta la
pistola y le digo que sí, que le doy el dinero. Hay que decir eso, para disimular, para que se
confíen. Igual hacíamos en la guerra.
Y ahí está... ¿Cómo? No señor, no me di cuenta que la pistola era de juguete ¿Cómo habría
de saberlo? Lo único que supe es que me iba a matar y entonces abrí el cajón... Mire, de esta
forma... y el revólver lo tenía ahí, tapado bajo los papeles. Le seguí mirando a los ojos y saqué el
revólver. Disparé de cerca y me salpicó el delantal y la camisa. Es muy potente el Mágnum, es un
buen revólver. Ya lo ha visto. Le abrí un boquete en el pecho que...
En fin, era su vida o la mía... ¿La chica? ¡qué sabía yo! Podría tener un arma escondida
entre las ropas, esas golfas lo hacen... nada, a ella fue a la cabeza. Es más seguro, usted lo sabe,
que es un defensor del orden.
Pues no, no señor. No supe que el revólver era de juguete, ni que tenían doce años. A mí
me parecieron de la edad de mi Arturo, ya se lo he dicho. Me parecieron como de veinte años. Y
no jugaban. No era un juego. Les miré a los ojos y supe que querían matarme. Por eso los maté
yo. A los dos, sí señor.
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